Nadie consigue ser la mayor estrella mundial por casualidad. Su talento, su carisma y su astuto ojo comercial para elegir papeles son innegables. A Tom Cruise (Nueva York, 1962) le encanta Hollywood y Hollywood adora a Tom Cruise. Por eso le ha perdonado tantas cosas, y aunque aquellos eufóricos saltitos en el sofá de Oprah pareciesen una desesperada maniobra por demostrar que está enamorado de una mujer, no pudieron hundir su carrera. Su estrella brilla demasiado fuerte, y los espectadores se debaten entre «me encanta odiarle» y «odio que me encante» mientras siguen pagando la entrada.