Todo el mundo tiene una opinión acerca de Kristen Stewart. Y en la mayoría de los casos se trata de un veredicto extremo: fanatismo incondicional o rechazo visceral. Pero algo está cambiando en la imagen pública de la actriz. Su presencia en el fenómeno Crepúsculo y la obsesión de la prensa sensacionalista con construir una figura de «mujer a punto de descarrilar» a partir de su vida privada han convertido a Kristen en una persona cuya actitud es escrutinada en cada gesto y cada respuesta que da. Sin embargo, ella se ha negado a dar ni un ápice de carroña a los buitres mediáticos.
Kristen siempre guarda silencio. Una actitud decepcionante para los que esperaban tener en ella a una nueva Lindsay Lohan con la que entretenerse. Una actitud aburrida para los que creen que las estrellas están obligadas a bailar al ritmo que marcan las monedas que les tiramos. Pero es la actitud adecuada para que sólo se hable de su trabajo, a fuerza de elegir papeles valientes en películas en las que ella cree profundamente. Y cuando habla, si le prestamos atención de verdad, no tenemos más remedio que ponernos de su lado.
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