«Dejad que los soñadores despierten a la nación». No es una frase de un discurso político, sino de la canción que abría en 1988 Armas de mujer. Con un espíritu adorable de comedia clásica, la película convirtió en estrella a Melanie Griffith y empujó a Hollywood (y por extensión al mundo entero) a prestar atención a la desagradable situación laboral de la mujer en la jungla financiera de Wall Street. Aunque pueda parecerlo, no es una comedia sobre la guerra de sexos. Sin tomar bandos, Armas de mujer propone que tanto la integridad profesional como la ausencia de escrúpulos existen entre hombres y mujeres y que ellos y ellas deben utilizar sus armas para salir de la parcela en la que le han encerrado unas normas creadas por otros. La película es además una audaz reivindicaciónde una nueva mujer que estaba destinada a hacer grandes cosas y, lo más importante, creía en sí misma.
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