Cuando tenía sólo dos años, Megan Fox le dijo a su madre que iba a ser actriz. En aquel momento todavía no sabía de qué tipo exactamente, pero con el paso de los años su propio cuerpo tomaría esa decisión por ella. Recién cumplidos los 30, Fox ha aparecido en Las tortugas ninja 2 vestida de colegiala (y con la cámara recreándose más en su ombligo descubierto que en su cara) y ha dado vida a la heroína de un videojuego, Stormfall: Rise of the Balur, cuyo uniforme es una coraza escotada. La actriz asegura que se embarcó en este proyecto por dos motivos: el dineral que le ofrecieron y lo identificada que se siente con su personaje, una sexy y rebelde guerrera que lucha por abrirse camino en un mundo de hombres. El tercer motivo, que Megan Fox no aclara porque no hace falta, es darle un nuevo cebo a su base de fans. La única que le queda: los hombres adolescentes (física o mentalmente).Megan es la última fantasía sexual, el último mito erótico, la última pin-up. Su imagen está tan deliberadamente sexualizada que casi parece una estrella de otra época, y casi de otro tipo de cine. Reivindicarse de forma tan explícita como una mujer objeto podría parecer demasiado machista y contraproducente para los tiempos que corren. ¿Pero y si Megan Fox no quiere ser otra cosa?
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