¿Qué le daba el Genio a Aladdín para convertirle en príncipe? ¿Tierras? ¿Un parlamento? ¿Sabiduría? No. Le ponía un traje bonito. Del mismo modo, lo único que hace falta en Hollywood para ser una estrella es parecerlo. Chris Pratt se pasó 15 años encasillado en papeles de secundario fondón, entrañable y socarrón, hasta que un ejecutivo de Hollywood (al que vamos a imaginarnos con la cara de Yafar) se dio cuenta de que tenía el potencial de un diamante en bruto. Sobre todo bruto. El único obstáculo entre Pratt y la gloria era una doble barbilla. Nada que una tabla de ejercicios y una dieta basada en el pollo a la plancha y la infelicidad no pudieran solucionar. Así fue como nació la mayor estrella masculina de nuestro tiempo. Un tipo al que durante años Hollywood le cerró todas las puertas o, mejor dicho, se las dejó entreabiertas: lo único que tenía que hacer era adelgazar lo suficiente para caber por ellas.
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