–¿Estarías dispuesto a morir por mí?
–Es mi trabajo
.
–¿Y por qué?
–Porque no sé cantar.
El guilty pleasure, o placer culpable, es un término intrínseco a nuestra generación. Se popularizó en 1981 cuando la distribuidora de Queridísima mamá (el involuntariamente cómico biopic de Joan Crawford orquestado a mayor gloria de Faye Dunaway) se dio cuenta de que la película atraería a más espectadores si la campaña promocional les prometía que «es tan mala que se vuelve buena». Desde entonces, la cultura popular ha asimilado el concepto de guilty pleasure para justificar aquellas películas, canciones o programas de televisión que nos da cierta vergüenza reconocer que nos encantan. En la música está habitualmente asociado a canciones pop que se pegan como un chicle; en la televisión, a programas sensacionalistas de los cuales no podemos apartar la mirada como si fuesen un accidente de tren; en el cine, a las películas para mujeres.
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