Claro que acosaron a Sharon Stone. Y delante de nuestros ojos

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La historia reciente de Hollywood se está reescribiendo delante de nuestros ojos. Durante los últimos meses, tratamos a diario de procesar información sobre nuevos casos de acoso sexual e incluso en conflictos como el de Aziz Ansari intentamos separar el grano de la paja (literalmente). Nos replanteamos el descarrilamiento de las carreras de algunas actrices (Mira Sorvino, Annabella Sciorra, Ashley Judd), reconvertimos advertencias pasadas de telecomedias como 30 Rock o Padre de familia en memes virales y somos incapaces de ver las traviesas miradas a cámara de Kevin Spacey de la misma forma. Cuando este lunes Sharon Stone respondió a la pregunta “¿Se ha sentido alguna vez incómoda en una situación de acoso sexual?” con una carcajada hiperbólica, melodramática y tan carismática como devastadora, el público mostró dos reacciones: reenamorarse de Stone y reconsiderar toda su trayectoria.

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Sí, una película de amor sobre dos hombres es cine gay

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En 1982, Michael Caine y Christopher Reeve protagonizaron lo que en Hollywood todavía se conoce como “el beso de los 10 millones de dólares”. Esa es la cifra que, según la industria, La trampa de la muerte dejó de recaudar por mostrar el beso en cuestión. La publicación de este detalle de la trama en la revista Time antes de su estreno (a todas luces un spoiler, pues el thriller mantiene en secreto durante la mayor parte del metraje la motivación romántica de los personajes para cometer un crimen) perjudicó la viabilidad comercial de la película. “Christopher Reeve me contó que en un pase en Denver, Colorado, el público abucheó la escena” recuerda el historiador Vito Russo en El celuloide oculto, un documental de 1995 sobre las veladas referencias LGTB insertadas en el cine a lo largo del siglo XX. Un rechazo similar al que relata Jordan Schildcrout en su libro Murder Most Queer cuando alguien gritó en la sala de cine “No, Superman, ¡no lo hagas!”.

En 2018, 36 años, dos generaciones y una ganadora del Oscar de temática gay (Moonlight) después, la conversación en torno a cómo se promocionan las películas LGTB prendió fuego (bueno, chispas, porque en la comunidad LGTB hasta las polémicas son minoritarias) en las redes cuando este miércoles la cadena de multisalas Cinesa tuiteó una imagen promocional de Call Me By Your Name en la que Elio (Timothée Chalamet) le sonríe a Marzia (Esther Garrel). La frase que acompañaba la romántica fotografía era “Elio y Oliver descubrirán la embriagadora belleza del despertar sexual a lo largo de un verano que cambiará sus vidas para siempre”. Cualquier persona que no sepa qué es Call Me By Your Name (y, en contra de lo que puede parecer en Twitter, son muchas) entendería que Chalamet interpreta a Oliver y Garrel a Elio y asumiría que la película relata una historia de amor adolescente heterosexual. Vamos, lo que el espectador medio conoce como “una historia de amor adolescente”.

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16 películas «oficialmente buenas» que no lo son tanto

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La relación del público con el cine, como sucede con el primer amor, implica varios tropiezos hasta encontrar el amor verdadero. Y reencontrarse con tus películas favoritas de la juventud tiene, a veces, el mismo efecto que tomarse un café con tu primera pareja: ya no tenéis nada de que hablar, apenas entiendes por qué te enamoraste de ella y, sobre todo, recuerdas por qué rompisteis. Estas 16 películas se erigieron como clásicos contemporáneos, pero no son tan buenas como creíamos.

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Lauryn Hill: la voz de una generación que le dio una bofetada al sistema

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Tenía 23 años, acababa de vender 19 millones de ejemplares (y ganar cinco premios Grammy) del único disco en solitario que ha editado en su carrera y su cuenta corriente exhibía 20 millones de euros. Se había quedado embarazada pocos meses antes y la compañía de discos le había recomendado que abortase, para que este hecho no frenase su meteórica carrera. Fue cuando Lauryn Hill (Nueva Jersey, 1975) dijo no y dio el bofetón más sonoro al voraz sistema, a una industria del entretenimiento acostumbrada a dominar y a tratar como súbditos a los artistas. Esta es la historia de una mujer que ha decidido vivir como una hippy cuando su destino era asumir un trono.

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Jessica Chastain: «Callarse significa ser cómplice»

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Su talento para desaparecer detrás de cada personaje es directamente proporcional a su capacidad para incendiar las redes. Jessica Chastain no toma rehenes en Twitter, denuncia injusticias y corrige a los medios que intentan tergiversar sus palabras: hace unos días señaló los abusos sexuales de los que se acusa a Bryan Singer, sin importarle (o quizá sin acordarse de) que Singer es el productor de su próxima película, la nueva entrega de X-Men Dark Phoenix.

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Todd Haynes: «He trabajado con actores increíbles, pero no hay nadie como Julianne Moore»

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Junto a Pedro Almodóvar, Todd Haynes es uno de los cineastas más reverenciados, estudiados y premiados del cine LGTB. Y como el director manchego, Haynes ha ido evolucionando desde su primer cine subversivo (Superstar, un cortometraje sobre la muerte por anorexia de Karen Carpenter, del grupo Carpenters, recreada mediante muñecas Barbie; o Velvet Goldmine, un no-biopic de David Bowie que espantó al propio Bowie, quien amenazó con una demanda) hacia el melodrama perfumado pero con cierto regusto áspero (Lejos del cielo, Carol). Cuando Almodóvar quiso contar una histora infantil, optó por La mala educación. Haynes ha preferido, respaldado por la producción y la distribución de Amazon, rodar Wonderstruck, el museo de las maravillas: un cuento luminoso a gran escala en el que, viniendo de un transgresor como Haynes, parte del público ha buscado dobles sentidos. No los busquen, no los hay. Tras 30 años, Todd Haynes ha decidido sencillamente hacer una película bonita, algo tan complicado como hacer una transgresora.

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