La cafetería donde Paco León (Sevilla, 1974) se explaya sobre sus asuntos preferidos (el talante español, las señoras, el público, la realidad como inspiración) es uno de esos espacios diáfanos típicos del centro de Madrid, casi industriales, que tienen pinta de haber sido una galería de decoración en los noventa. La luz natural no coopera con el anonimato, pero tampoco es que exista un rincón de este país donde Paco León pase desapercibido. Su voz, su cadencia atropellada y ese amago de risa con el que remata cada broma, que sonaron en millones de hogares durante una década gracias a Homo Zapping y Aída, resultan tan familiares como su cara. Todos los clientes de esa cafetería saben que Paco León está en ella e intentan actuar con naturalidad. Todos excepto uno. En medio de la entrevista, el talante español, las señoras, el público y la realidad se reencarnan en una espontánea que se acerca a interrumpirle.
“Llevo un rato escuchándote y me encanta todo lo que dices, sobre todo esto último de que las madres sustentan el mundo”, le felicita. León responde agradecido con la cercanía profesional de un tipo al que esto le ocurre varias veces al día. “Es que es usted muy famoso”, le digo. “Hombre, ya. Pero no siempre son tan descarados. Una cosa es que te escuchen, te echen fotos y lo vayan comentando con las amigas por WhatsApp y otra que encima vengan a decírtelo”, bromea. Esta interrupción costumbrista podía haber sido escrita por Woody Allen o por Luis García Berlanga. O por Paco León. “Ya estoy deseando meterla en algún guion”.
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