El gobierno de Bill Clinton convirtió la corrección política en la crema de su tarta ideológica: era dulce, era bonita y nadie querría ser el invitado que la aparta con una cuchara. Y tal y como bien sabían el rey Alfredo el grande cuando unificó los dialectos de las islas británicas en un solo idioma o los colonos españoles en las Américas, no existe herramienta política más eficaz que el lenguaje: Clinton popularizó términos como afroamericano, discapacitado mental o gay a modo de rebranding para las minorías históricamente denigradas. Pero en enero de 1998 Bill Clinton tuvo que comerse su propia tarta sin masticar cuando pronunció una frase que abrió los telediarios de todo el planeta: “No he mantenido relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky”.
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