En el clímax de Network, un mundo implacable (o uno de ellos, porque esa película es todo un clímax cultural en sí misma), Howard Beale exclamaba “¡estoy más que harto y no pienso soportarlo más!” durante su programa de televisión. Ese mantra calaba a tiempo real entre los ciudadanos, quienes se echaban a las ventanas (que no a las calles, que hacía frío) para repetirlo a gritos: resulta tan abstracto (¿de qué está harto, exactamente?) como universal (todo el mundo está harto de algo), de modo que todo el mundo puede identificarse con él.
La queja es tan antigua como el ser humano. Cabe imaginar que, cuando a los primeros microorganismos les salieron patitas, uno de ellos le indicó al otro que estaba caminando mal. Es probable que el que inventó el fuego reaccionó gruñendo por la quemadura que le provocó. Poco después de inventarse la rueda, quizá alguien lamentó que las nuevas generaciones se estaban aburguesando y ya no querían desplazarse a pie. Por este motivo, el cuento de Dr Seuss Cómo el Grinch robó la Navidad está asimilado por completo en la cultura popular americana (no tanto en el resto del mundo: su adaptación cinematográfica de 2000 con Jim Carrey recaudó 345 millones de dólares de los cuales un 75% fue en Estados Unidos). Y en un contrafenómeno perverso, 60 años después de su nacimiento la cara del Grinch aparece en decoraciones navideñas. Moraleja: el quejica siempre acaba formando parte de lo que odia. Como Howard Beale, cuyo odio hacia la televisión en Network, un mundo implacable acababa dándole una audiencia colosal al canal.
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