Speed: el último blockbuster chatarrero de Hollywood

 

– Hay un hueco en la autopista.
– ¿Y qué hago?
– Pisa a fondo.

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Nadie creía en esta película. Sandra Bullock contaba que antes, durante y después de su rodaje ningún ejecutivo hablaba de ella en Hollywood y si lo hacían era para reírse de su premisa. Paramount pasó del proyecto porque había «demasiado autobús» y cuando Fox se animó a producirla sólo concedió unos míseros 30 millones de dólares para rodarla (aquel mismo año, Mentiras arriesgadas costó 115 millones). Hollywood todavía estaba asimilando el impacto de Terminator 2 y Parque Jurásico y el consiguiente cambio de paradigma que provocaron en el público: ahora que los espectadores conocían lo que los efectos por ordenador podían conseguir, solo querían hipertrofia digital y el hecho de que una película tuviese CGI («computer-generated imagery») se convirtió en motivo suficiente para pagar la entrada. Por eso la cartelera del verano de 1994 sigue siendo la más disparatada de las últimas décadas, donde convivieron blockbusters chatarreros y analógicos caducados ya en su estreno (El especialistaPeligro inminente) con virguerías extravagantes cuyos reportajes de «Cómo se hizo» en televisión fascinaban al público con su tecnología inédita (La máscara, Stargate). Y a pesar de todo, los dos mayores bombazos comerciales fueron dramas sobre buenas personas (Forrest Gump y El rey león).

Speed era una película artesana, física y cacharrera. Y ante este panorama, esas cualidades la convertían en una reliquia. Pertenecía a aquella moda de principios de los 90 que vendía todas las películas de acción como «La jungla de cristal en un barco (Alerta máxima), en un submarino (La caza del octubre rojo), en una montaña (Máximo riesgo) o en un aeropuerto (Junga de cristal 2)». Y esa moda acababa de quedarse obsoleta cuando entre James Cameron y Steven Spielberg sencillamente expandieron la textura, el tamaño y la conmoción del blockbuster como género. Sin embargo, durante los primeros pases de prueba para el público de Speed, los ejecutivos de Fox se dieron cuenta de que tenían algo especial entre manos: los espectadores aplaudían durante la proyección y cuando se levantaban para ir al baño caminaban de espaldas, incapaces de apartar la mirada de la pantalla. Y eso que por culpa de su racanería la producción se quedó sin dinero y en aquellos pases el tercer acto, a bordo de un tren, estaba reemplazado por dibujos en viñetas. Speed acabaría recaudando 350 millones en todo el mundo, colocándose como la 5ª película más taquillera de 1994. El término «éxito sorpresa» nunca fue tan éxito ni tan sorpresa como en este caso. Y todo por su audacia al abrazar un género cansado pero imprimirle verosimilitud, sorpresas y exceso.

«Hay una bomba en el autobús. Una vez haya superado los 80 kilómetros por hora, la bomba se activará. Si baja de 80, explota» sería un excelente eslogan promocional, pero es literalmente una frase real de la película pronunciada por el villano. La generación MTV, incapaz de prestar atención durante más de tres frases, acudió en masa a los cines atraída precisamente por esa premisa que tantos chistes había generado en Hollywood. A esa generación iba dirigida Speed. Tanto es así que cuando Keanu Reeves se rapó la cabeza Fox se planteó retrasar el rodaje hasta que le creciera de nuevo esa melena que decoraba carpetas. Reeves no había sido la primera opción para interpretar al agente de policía Jack Traven. Un hermano Baldwin (no es que importe cuál, pero en este caso fue William) rechazó el guión por parecerle demasiado ridículo. En su lugar, Baldwin prefirió protagonizar Caza legal con Cindy Crawford.

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La jungla de cristal porno.

La incapacidad para expresar emociones humanas de Keanu Reeves le convirtió en un icono de la Generación X (esa que prefería regodearse en su hastío a ponerse a trabajar y que sólo duró 3 años porque semejante apatía vital era incompatible con el progreso de la civilización). Mi Idaho privado y Dulce hogar… a vecesexultaban esa falta de ganas de vivir que Reeves personificaba y por la cual nadie se lo habría imaginado como héroe de acción clásico. Jack Traven era lo opuesto al nihilismo de la Generación X: le importaba estar vivo, luchaba por el bien mayor y sus armas eran la energía, el honor y la justicia en vez del sarcasmo, el cinismo y la ironía (en Reality Bites, el manifiesto oficial de la Generación X, Winona Ryder explicaba que la ironía era muy importante para ella aunque no supiera explicarla y hasta Alanis Morrissette hizo una canción sobre la ironía). Jan de Bont insistió en contratar a Reeves porque le gustaba su vulnerabilidad: no resultaba amenazante para los hombres y a la vez atraía a las mujeres con esa cara de chaval formalito que desayuna muffins. [En el doblaje español, por cierto, esos muffins fueron traducidos como «bollos», porque la globalización aún no nos había enseñado lo que es una magdalena de cinco euros]. Ni siquiera Reeves se veía a sí mismo como un héroe de acción, de modo que aceptó el papel bajo la condición de que su personaje fuese menos flipado y más sensible. Ahí entró Joss Whedon, quien reescribió casi todos los diálogos (según el único guionista acreditado, Graham Yost, casi el 90%) convirtiendo al agente Traven en «un tipo muy educado que quiere impedir que la gente muera» y a la conductora por sorpresa Annie en una entrañable pero muy espabilada chica de al lado. Whedon se distanció así de la muy ochentera combinación «tipo duro + histérica insoportable» que proponía el guión original de Graham Yost (por ejemplo, en «La jungla de cristal en un barco», Alerta máxima, la única chica aparece acreditada como «Miss Playboy de julio» y se pasa la película en tetas) con la misma emotividad que le haría millonario 18 años después cuando escribió y dirigió Los Vengadores.

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Cuando otro conductor te grita «¡mujer tenías que ser!».

Esa misma empatía se pone de manifiesto en los pasajeros del autobús. Son personas de mediana edad, de diferentes razas y de clase media-baja. Son el tipo de personas que coge autobuses. La mayoría de ellos no tienen diálogo (es mucho más caro pagar a un extra con frase que a uno silencioso y aquí no estaban para depilfarrar dinero), pero gracias a su aspecto y a sus genuinos sobresaltos ante cada nuevo peligro el espectador sufre por ellos. Esto lo consiguió el director, el debutante Jan de Bont, al no avisarles de cuándo ocurrirían los destrozos, las explosiones o los volantazos para que sus reacciones fuesen reales. Tampoco les indicaba cuál de las múltiples cámaras situadas alrededor del autobús les estaba grabando en cada momento. De Bont era un narrador visual que venía de ejercer como director de fotografía de La jungla de cristal ,Arma letal 3 o Instinto básico (él fue el aliado de Paul Verhoeven en la estratagema para hacerle creer a Sharon Stone que la cámara no captaría su hoy mítica entrepierna en la escena del interrogatorio) y sabía que Speed necesitaba resultar tan auténtica como apabullante y aparentemente fuera de control (de hecho «Speed. Fuera de control» habría sido un buen título español, pero optaron por Speed. Máxima potencia): en ningún momento dejan de pasar cosas. Por eso su urgencia narrativa sigue funcionando 25 años después.

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Cuando el autobusero arranca sin esperarte pero tú no te rindes.

Sin importarle resultar estresante, Speed empieza por todo lo alto (la «presentación» del protagonista se limita a su coche entrando en el plano casi volando y, evidentemente, a cámara lenta) y a partir de ahí no descansa ni un minuto. Su estructura es casi experimental: arranca con lo que sería el clímax de cualquier película de acción tradicional (el villano llevando a cabo su maléfico plan en un ascensor) y está compuesta en realidad por tres terceros actos. El ascensor (el que recurre a más clichés), el autobús (el más largo y reclamo promocional) y el metro (el que nadie recuerda). Ver Speedes como ir a un restaurante y pedir tres postres: no es necesariamente alimenticia, pero sí tremendamente saciante. Ven por la premisa, quédate por todas las sorpresas. Keanu desactivando la bomba debajo del autobús aún en marcha, Keanu trucando la grabación con un bucle para que el villano no vea el desalojo, una señora pesada que se empeña en saltar del autobús en marcha y muere arrollada por las ruedas exactamente tal y como el terrorista ha advertido, Sandra atropellando lo que parece un carrito de bebé pero resulta estar lleno de latas y pertenecer a una yonki, Keanu y Sandra abandonando el autobús en último lugar tumbados sobre una plancha y derrapando. Reeves rodó la mayoría de ellos sin necesidad de dobles.

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Bueno, este igual no es Keanu.

La ternura del personaje de Reeves apelaba a un arquetipo masculino que cristalizaría a lo largo de los años posteriores (Jack Traven no hace ningún tipo de chiste sobre el hecho de que una mujer conduzca el autobús) y esa nueva masculinidad pasaba por dejar brillar a su compañera: Annie no es una damisela en apuros, sino que es tan activa en la acción como Jack. Si en 1990 Fotogramas dudaba de que una mujer con el aspecto corriente como Meg Ryan pudiese ser una estrella, para 1994 «la chica de al lado» ya era uno de los perfiles más rentables de Hollywood. Sandra Bullock era esa mejor amiga cuya posesión más preciada es el abono transporte y que sabesque siempre va atrasada con el alquiler. Aun así el estudio intentó fichar a Julia Roberts («Nadie se habría creído a Julia conduciendo ese autobús», explicaba el director, entre otras cosas porque sabemos que Julia lleva sin coger un autobús desde 1987). Tampoco habría colado la otra candidata, Meg Ryan, porque el público estaría esperando que en medio de la persecución se enfurruñase y le pidiese consejo a los pasajeros en peligro de muerte para solucionar su enredada vida sentimental. Pero nadie esperaba nada de Sandra Bullock, y esa acabó siendo su cualidad más valiosa.

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Sandy acabaría forjándose una carrera entera basada en chocarse con cosas, desde Miss agente especial hasta Gravity o Birdbox.

Aitana Sánchez-Gijón contaba que, durante el rodaje de Un paseo por las nubes, solía gritarle en español a Keanu que era «un soso de cojones» como buena española impertinente. Pero Sandra Bullock, que a diferencia de Aitana sí quería seguir trabajando en Hollywood, prefirió aprovechar la timidez y hermetismo de Keanu para convertirse en una estrella ya en el propio set de rodaje. Loyda Ramos, quien interpretaba a una pasajera, recuerda que se presentó en ese rodaje decidida a odiar a Sandra porque le había quitado varios papeles pero fue incapaz. Sandy bailaba salsa con los extras latinos entre tomas, dejaba cacas de broma en los camerinos de sus compañeros y promovió una protesta contra el calor que hacía en California quitándose el sujetador y sentándose encima de él. Todas las mujeres del equipo se unieron a su causa y aún conservan la foto que se hicieron sentadas en la carretera para conmemorar la protesta.

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Para la película, Bullock se sacó el carnet de conducir autobuses a la primera, como después haría Victoria Beckham para SpiceWorld en lo que debe de ser lo único que tienen en común esas dos.

Las crónicas de la época ya daban por hecho que Sandra Bullock iba a ser una estrella. Solo tenía que trasmitir ese carisma a través de la pantalla y el mundo entero se enamoraría de ella. Keanu, por su parte, apenas hablaba con nadie. Su mejor amigo River Phoenix acababa de morir y no estaba para bailar salsa, de modo que los productores le pidieron a Bullock que por favor le espabilase. [El pobre Keanu creyó que Sandy estaba ligando con él y le dio calabazas gentilmente, lo cual ofendió a Bullock]. Años después, Reeves contaría que recitaba las líneas de su siguiente proyecto teatral (Hamlet, el personaje con más frases de Shakespeare: 1476) porque tenía mucho espacio en la cabeza. ¿Y qué dice eso de Speed? «Que no es Shakespeare».

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«Ay, ¡acabo de pillarlo!»

La química entre Reeves y Bullock también contribuyó a la frescura de Speed, al estar basada más en la camaradería y en hacer un buen equipo que en el romance noventero de turno (ese en el que un hombre y una mujer no se soportaban durante toda la película pero inexplicablemente se enamoraban al final). «Las relaciones que surgen en condiciones extremas nunca salen bien», asegura Annie con una cautela que les habría venido fenomenal a Maria José Galera y Jorge Berrocal en Gran hermano), y de hecho quizá Jack y Annie ni siquiera se hagan novios. Pero ese beso final tirados en medio de la carretera, fruto de la adrenalina acumulada, desembocará como mínimo en un polvazo frenético que ambos desde luego se merecen.

Lo cierto es que por culpa de Speed 2sabemos que Annie y Jack efectivamente no acabaron juntos. Esa película no nos ha dado nada bueno. Keanu Reeves la rechazó bajo la lógica aplastante de que «se llamaba Speedy tenía lugar en un trasatlántico; y un trasatlántico es más lento que un autobús». Fox le vetó durante 15 años. Así que Annie se emparejó con un señor muy peludo llamado not-Keanu-Reeves para una secuela que era como ver Titanic a cámara rápida y en una tele muy fea. Speed 2 es a menudo definida como la película más estúpida de la historia del cine (lo cual da un poco de ganas de verla, la verdad) y tiene un 3% de críticas positivas, en concreto dos: las de los prestigiosos Gene Siskel y Roger Ebert, quien la defendió argumentando que «no se puede hacer una película mejor sobre un trasatlántico fuera de control». Lógica aplastante.

Sandra Bullock sólo aceptó Speed 2a cambio de que el estudio financiara Siempre queda el amor, así que definitivamente no salió nada bueno de aquella secuela. Speed 2 sirve como radiografía del Hollywood más cutre, ese que cree que una buena secuela es aquella que es más ruidosa que su predecesora. Con un presupuesto de 100 millones, Speed 2 es todo lo que no eraSpeed: antipática, aburrida e impersonal.

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Masc x masc.

En 2012, un niño salvó la vida de sus compañeros del autobús escolar cuando tomó el volante después de que el conductor sufriera un infarto. Cuando los reporteros le entrevistaron, explicó que se había limitado a emular a la protagonista de su película favorita,Speed. Casio volvió a fabricar su reloj cuadrado de oro porque Keanu Reeves llevaba uno en la película. Y Sandra Bullock se convirtió en un improbable mito erótico cuando ganó el MTV a la «Actriz más deseable» imponiéndose, atención, a Cameron Díaz por La máscara, Demi Moore por Acoso, Sharon Stone por El especialista y Halle Berry por Los Picapiedra. «Ahora la gente coge más el autobús» presumía Sandra Bullock en 1994, «hay más colas en las paradas que en los cines donde proyectan El rey león«. Una semana después de su estreno, la persecución de la policía a O. J. Simpson en su Bronco blanco (emitida por los informativos como una genuina película de acción a tiempo real) le dio publicidad extra aunque no la necesitase: Speed fue el fenómeno cinematográfico más sorprendente de un verano en el que parecía que no cabían más películas-evento.

Jan de Bont decía, tras el éxito de Speed, que le encantaría hacer un thriller frenético pero Hollywood le tiró un puñado de millones a la cara y acabó haciendo Twister (gracias por tanto, Jan). Tras Speed 2, La guarida y Lara Croft. La cuna de la vida, De Bont se retiró del cine y ahora se dedica a la fotografía. «Jan de Bont tuvo dos cojones enormes para hacer Speed» admiró Sandra Bullock en 2004. El exdirector cuenta que, incluso cuando está de vacaciones en la isla más remota del Pacífico, se topa con Speed en la tele. Porque la tensión, la adrenalina y la emoción trascienden a los idiomas, a las culturas y al paso del tiempo. Por eso aquella película intrascendente que se estrenó pasada de moda sigue molando 25 años después. Eso sí que es un efecto especial.

Este es un capítulo eliminado de Generación Titanic, el libro del cine de los 90. https://www.amazon.es/Generación-Titanic-libro-del-cine/dp/8416961425

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