Cuando Los Angeles Times publicó un editorial burlándose de que el tipo de mujer favorito de Trump es el mismo que el de Fox News, el canal de noticias republicano, para contratar presentadoras, una de ellas (Martha MacCallum) se defendió aclarando que “no somos Barbies, somos periodistas”. Joaquín Sabina cantó una sátira sobre las mujeres ambiciosas y sin escrúpulos titulada Barbie Superstar. Durante la fiebre por unirse a grupos de Facebook, uno de los más populares fue “Salir de casa como una Barbie y volver hecha una barbarie”. Y una leyenda urbana asegura que Victoria Beckham se refirió a Ana Obregón como “Barbie geriátrica”. La muñeca Barbie no es solo el juguete más vendido de la historia, reconocible para un 98% de los habitantes del planeta, es también un campo de batalla cultural. Y ahora que cumple 60 años y sus ventas están más bajas que nunca cabe preguntarse si acaso Barbie tiene sentido en la sociedad actual. Al fin y al cabo la cosificación femenina heredada del pasado, como los concursos de belleza o los stripteases en televisión, ha ido perdiendo relevancia en el siglo XXI. Pero jubilar a Barbie no va a ser tan sencillo.
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