La estrategia comercial de Disney, desde hace 96 años, es perfecta: apela al sentimentalismo para disimular que es una multinacional. La compañía se presenta a sí misma como el lugar feliz oficial de nuestra civilización, donde cualquiera puede refugiarse de los problemas del mundo real con solo ver sus películas, comprar algún juguete o pasar un fin de semana en uno de sus parques temáticos (“reinos mágicos” los llaman). Pero a veces esta fantasía se estampa contra la vulgar realidad. Entre las más de 500 películas del catálogo de Disney+, su plataforma digital, no está Canción del sur. La mancha en su expediente, el clásico de la vergüenza, la fábula racista que Walt Disney adoraba, pero que sus sucesores se empeñan en fingir que nunca existió. ¿Realmente es para tanto?
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