Cuando Clark Gable se veía obligado a compartir la habitación de un motel con Claudette Colbert en Sucedió una noche, las salas de cine se alborotaban cuando se quitaba la camisa y se paseaba con el torso al descubierto. Las ventas de camisetas interiores masculinas cayeron en picado. Era 1935 y el cine de Hollywood ejercía una influencia masiva en el estilo de vida de la población, sobre todo, gracias a una estrategia del gobierno estadounidense tras la Primera Guerra Mundial. Cuando el poder se dio cuenta de que los intelectuales, los filósofos y los artistas eran demasiado peligrosos como ídolos del pueblo, se alió con Hollywood para convertir a las estrellas de cine (maleables, vacías y, por aquel entonces, literalmente propiedades de los estudios) en los símbolos aspiracionales del pueblo: mediante cláusulas de moralidad (si daban escándalos perderían sus contratos) se controlaba su rectitud y decencia, mediante cazas de brujas se deshacían de aquellos menos afines a la ideología del Estado y mediante una asociación de empresarios denominada Academia de Hollywood se legitimaba la industria como una institución cultural a pesar de que esa organización lo único que tiene de academia es el nombre, porque su sola función es repartir premios una vez al año.