Pauli, una espectadora del concierto de Isabel Pantojaanoche en Madrid, exclamó “y ya veréis cuando saque la bata de cola cómo la mueve, con lo que debe de pesar eso”. Lo de que nadie mueve la bata de cola como la Pantoja es uno de los clichés que lleva años acompañando su trayectoria (y uno de los más amables) y a pesar de ello, o quizá precisamente por ello, no la sacó a pasear: la última folclórica que queda en pie quiso actualizarse musicalmente, o todo lo que puede actualizarse una artista de las que dice “pido un fuerte aplauso para esta maravillosa orquesta”, con rumbas, canción ligera y un poco de swing. Se pasó tres horas sobre el escenario, cantó 54 canciones y ninguna de ellas fue Francisco alegre, Yo soy esa o Caballo de rejoneo. No hubo vestido de faralaes. Apenas hubo baile. Cuando se puso un mantón lo usó a modo de chal. Pero la experiencia I.P. sigue siendo un espectáculo único, porque esta Pantoja (la Pantoja cansada) es solo la última versión de Isabel Pantoja después de muchas versiones distintas: ella es una artista única porque su vida, su repertorio y su actitud están en constante retroalimentación y no pueden comprenderse unos sin los otros.
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