El lago azul y la macabra paradoja de la nostalgia

Hace 40 años se estrenó El lago azul, un híbrido de melodrama adolescente, fábula de maduración y aventura de supervivencia que se convirtió en un clásico generacional instantáneo. Brooke Shields y Christopher Atkinsinterpretaban a dos niños de finales del siglo XIX varados en una isla desierta tras un naufragio. El experimento de regresión al pasado que proponía la película funcionaba a tres niveles: se rodó en 1980 (con la iluminación en tonos caramelo que eso conlleva), estaba ambientada 100 años atrás y romantizaba un estilo de vida primitivo. Hasta los propios protagonistas anhelaban volver a su infancia en cuanto la dejaban atrás. Pero El lago azul ha seguido generando capas de nostalgia desde entonces, porque al verla el público reconecta con su propia experiencia (el primer amor, el primer periodo, el primer coito) y, al pensar en ella a lo largo de los años siguientes, los espectadores recordarán cómo eran sus vidas cuando la vieron por primera vez. Incluso muchos experimentaron su propio despertar sexual, en paralelo a los protagonistas, mirando los cuerpos desnudos y bronceados de Shields y Atkins abrazándose por primera vez. El lago azul es una película nostálgica que lleva 40 años provocando nuevas nostalgias.

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