Por qué ‘El guardaespaldas’ es mucho más transgresora de lo que parece

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–¿Estarías dispuesto a morir por mí?
–Es mi trabajo
.
–¿Y por qué?
–Porque no sé cantar.

El guilty pleasure, o placer culpable, es un término intrínseco a nuestra generación. Se popularizó en 1981 cuando la distribuidora de Queridísima mamá (el involuntariamente cómico biopic de Joan Crawford orquestado a mayor gloria de Faye Dunaway) se dio cuenta de que la película atraería a más espectadores si la campaña promocional les prometía que «es tan mala que se vuelve buena». Desde entonces, la cultura popular ha asimilado el concepto de guilty pleasure para justificar aquellas películas, canciones o programas de televisión que nos da cierta vergüenza reconocer que nos encantan. En la música está habitualmente asociado a canciones pop que se pegan como un chicle; en la televisión, a programas sensacionalistas de los cuales no podemos apartar la mirada como si fuesen un accidente de tren; en el cine, a las películas para mujeres.

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La supervivencia de Kevin Costner

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A mitad del rodaje de Robin Hood, príncipe de los ladrones, el director se dio cuenta de que el acento de Kevin Costner no sonaba no ya a Nottingham, sino ni siquiera remotamente británico. La solución fue sencilla: volvieron a rodar la película desde el principio dejando que la estrella hablase con su acento americano, mientras el resto de personajes sí se hacían pasar por británicos. Robin Hood, príncipe de los ladrones fue la película más taquillera del año en el Reino Unido. Era 1991 y no había puñalada al rigor histórico capaz de zarandear la carrera de Kevin Costner. O eso parecía.

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‘El guardaespaldas’ es mejor película de lo que dicen

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«Me encanta esta película, aunque reconozco que es mala…» es una frase habitual en cualquier conversación sobre cine. Una incoherente forma de menospreciar nuestro propio gusto: si nos encanta, algo bueno tendrá, ¿no? Es una frase que anticipa el ataque, una frase que sugiere años de haber defendido la película y ser hasta ridiculizado por disfrutar con ella. Por eso algunos espectadores sienten la necesidad de justificarse.

Pedir disculpas porque disfrutamos con una película que mucha gente cree que es mala (el condescendiente término anglosajón guilty pleasure)está asociado habitualmente a las películas protagonizadas por mujeres.Este artículo no es un debate sobre el rol de la mujer como espectadora de cine, pero no nos engañemos: ningún hombre dirá jamás «me flipa La junga de cristal, aunque sé que es mala».

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20 años del desastre de ‘Waterworld’

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En el verano de 1995 Kevin Costner era la mayor estrella de Hollywood. Así de claro. No solo constituía un valor seguro en la taquilla (tres años antes había arrastrado a las salas a millones de espectadores para ver El guardaespaldas), sino un reconocido director (su estreno con Bailando con lobos le reportó siete Oscars) y actor (gran papel en JFK. Caso abierto). En algún momento de esta vorágine de triunfo perdió perspectiva sobre la realidad y se embarcó en una superproducción que, en la peor tradición del Hollywood más prepotente, quiso que el cine de aventuras para toda la familia acabase dando para construir parques temáticos y barbies acuáticas. El resultado de esta megalomanía destruiría su carrera fulminantemente. Esta es la historia de ese mayúsculo desastre:Waterworld.

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