‘Jumanji’ y la obsesión por la falsa nostalgia reciclada

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Tres segundos. Ese es, según Facebook, nuestro margen de atención. Por eso cuando se reproduce automáticamente un tráiler en nuestro muro, en vez de empezar con el logo de la distribuidora, nos bombardean con tres segundos de imágenes apabullantes a toda velocidad. De esos tres segundos depende que el usuario se quede a ver el tráiler o deslice el dedo hacia arriba. De esos tres segundos depende el futuro comercial de una película que ha tardado un año en producirse. Cuando se estrenó Jumanji en 1995, los mayores solían quejarse de que por culpa de la generación MTV todo iba demasiado rápido y ahora que nosotros somos los mayores, tratamos de adaptarnos a lageneración Facebook en la que se lanzan teasers del póster, tráilers del teaser y tráilers del tráiler. ¿A cuál de esas dos generaciones pretende conquistar Jumanji, bienvenidos a la jungla? Para saberlo, en la selva tendrás que esperar hasta un cinco o un ocho sacar.

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Razones para pensar que la nueva ‘La bella y la bestia’ puede ser desastrosa

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Los que crecimos con La sirenita, Aladdin, La bella y la bestia yEl rey león no fuimos del todo conscientes de la revolución cultural que supusieron, porque para nosotros parecía normal que Disney estrenase un fenómeno social cada año. Sin embargo, aquellas películas constituyeron una resurrección sin precedentes para la compañía tras dos décadas de fracasos y películas que nadie quería hacer –Tod y Toby– y, desde luego, nadie quiso ver –Tarón y el caldero mágico–. Los principales responsables de este espléndido apogeo artístico de Disney durante los años 90 fueron el compositor Alan Menken, el letrista y guionista Howard Ashman y, por supuesto,  Jeffrey Katzenberg, presidente de la división de animación.

Katzenberg es famoso por ser una de las peores personas de Hollywood, pero también un visionario con una sensibilidad comercial única. Solía repetir dos máximas a su equipo de artistas. La primera, que había que actualizar los conflictos de las películas Disney –sin perder de vista nunca el matrimonio como máxima aspiración–, para que resultasen reconocibles por el público joven. Así surgieron el despertar sexual de Ariel, la inadaptación social de Bella o el clasismo de Aladdín.

La segunda moción era que Disney debía llevar la animación hasta lugares donde la imaginación del ser humano no había llegado antes, beneficiándose de la ausencia de límites visuales y creando extravagantes montajes musicales que, de rodarse en imagen real, costarían 500 millones de dólares. Gracias a este anhelo por aprovechar las infinitas posibilidades de la animación, disfrutamos de números tan asombrosos y excesivos como Bajo del mar, Qué festín o cualquier aparición del Genio en Aladdin. Aquellos montajes eran tan imaginativos y apabullantes que reproducirlos en imagen real sería inconcebible. Hasta ahora.

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